Todo se pega menos la hermosura, dicen. Pero no creáis que siempre fue así. Las flechas y lanzas con puntas de madera afilada comenzaban a quedarse anticuadas y empezaban a imponerse las potentes puntas de sílex o cuarcita. Igualmente, los cuchillos de madera fueron quedando atrás ante las afiladas y resistentes lascas de sílex enmangadas. Y ahí surgió un nuevo problema: las puntas y hojas de sílex, encajadas o sujetas simplemente con fibras vegetales o tendones a sus mangos o astiles, comenzaban a aflojar sus ligaduras y a soltarse con el uso. Pero el cerebro de aquellos primeros seres humanos, imparable tras cientos de milenios de evolución a las espaldas, se propuso dar respuesta a ese inconveniente. Y así inventaron el pegamento.
 

En el yacimiento de Campitello (Italia) encontramos ya lascas que alguien sujetó a un mango con ese pegamento hace 200.000 años o hace 125.000 años en Inden-Altdorf (Alemania). En ambos casos se utilizó como pegamento una brea obtenida mediante un complejo proceso de decocción de corteza de abedul en un agujero en la tierra. La oscura sustancia pegajosa resultante, el bitumen, poseía unas más que aceptables propiedades adhesivas.

 
Para encontrar el primer pegamento “compuesto” debemos trasladarnos hasta una cueva de Sibudu (Sudáfrica) hace 70.000 años. Aquí emplearon la resina que exuda la corteza de un árbol tan propio del lugar como la acacia. Pero en este caso no se limitaron a utilizar la resina sin más, ya que al enfriar terminaría cristalizando y haciéndose quebradiza ante, por ejemplo, el impacto de la punta de flecha sobre un blanco duro. Para evitar esa cristalización le añadían a la resina, durante el proceso de derretido, un poco de ocre en polvo o de carbón molido. Así obtenían un pegamento rojizo o negro.
 
Más avanzada la Prehistoria, se le irían sumando otros componentes y por el sur de Europa encontramos ya piezas que muestran un pegamento extraordinariamente resistente compuesto de resina de pino, cera de abeja y carbón molido para sujetar, por ejemplo, los dientes de sílex de las hoces neolíticas. Finalmente comenzaría la fabricación de colas a mayor escala mediante la cocción a fuego lento de espinas de pescado o de huesos y tendones de animales.

 

 
Esperamos que haya sido de vuestro interés y terminamos recordando con Oscar Wilde que “¡No hay mejor pegamento que una disculpa sincera! “