La irrupción de un nuevo miembro de la Tribu Hominini está revolucionando estos días el siempre cautivador mundo de la Paleoantropología. Como siempre que algo así ocurre, los medios de difusión lanzan andanadas de afirmaciones no demasiado rigurosas que deberíamos tomar quizás con las debidas reservas y algo más de cautela.
Homo naledi fue descubierto hace ahora un par de años en la cueva de Rising Star, en Sudáfrica. Se trata de un conjunto de más de millar y medio de fósiles correspondientes a al menos 15 individuos, habiéndose podido reconstruir esqueletos casi completos. De ahí que la información que nos muestra su anatomía sitúa a Homo naledi a caballo entre los australopitecos (por su estatura, peso y capacidad craneal) y Homo habilis (por su rostro, dientes y manos) así que se le ha incluido taxonómicamente en el género Homo.
Sin embargo desconocemos su antigüedad. Los restos no han sido datados (no entendemos muy bien por qué) y tampoco tenemos ADN.


– De ahí la primera reserva que hacemos: se le puede incluir en el género Homo pero cualquier hipótesis que permitiera asignarle una rama definitiva en el árbol filogenético o en la escala evolutiva, sería aventurar demasiado. Recordemos que los medios hablan, sin encomendarse a Dios ni al diablo, de «antepasado del hombre». Algunos científicos (como Bernard Wood, de la Universidad George Washington) señalan que incluso podría ser una especie, hasta coetánea al sapiens, que entrara en un callejón evolutivo sin salida.
– La segunda reserva refiere al carácter de ritual funerario que el equipo de investigación atribuye a la acumulación de restos. Recordemos que el ejemplo más antiguo de esta práctica se encuentra de momento en Atapuerca con el bifaz Excalibur.


Además, los huesos se encuentran tras un largo y endiablado recorrido por el interior de la cueva. Con todos nuestros respetos para Homo nalendi, pero resulta un poco difícil imaginar a algo parecido a un australopiteco, con el cerebro del tamaño de un pomelo, iluminándose con fuego y enterrando a sus muertos.

Sea como fuere, la Paleoantropología demostrando una vez más que es una ciencia viva y en continua revisión, lo cual la hace aún más fascinante.