¿Como se hicieron los Dólmenes de Antequera?

¿Os habéis preguntado alguna vez cómo se construía un conjunto megalítico? ¿Cómo se clavaban en el suelo esos enormes bloques de roca y cómo los cubrían después con pesadísimas losas de piedra?

No os perdáis esta impresionante recreación que nos muestra, paso a paso, el proceso de construcción de los dólmenes de Antequera.

Enlace del Vídeo: https://www.youtube.com/watch?v=nx1jkK0e_-I

Las últimas horas de Ötzi

El hombre se echó a la boca un puñado de endrinas para engañar el hambre mientras se acomodaba entre los riscos disponiéndose a pasar la noche. En los Alpes orientales, a más de 3.000 metros de altura, las nieves de las lejanas cumbres le devolvían los últimos rayos del sol a través de un aire tibio de finales de primavera. Al masticar las endrinas su dolor de muelas se alió con los retortijones de estómago que venía sintiendo desde que comiera aquella carne seca de cabra durante el almuerzo. Reunió un poco de broza y las ramas secas de un tejo cercano al tiempo que tomaba de entre sus ropajes un pequeño saquito de piel para encender el fuego. Extrajo el hongo yesquero, y comenzó a golpear sobre él un fragmento de pirita con una lasca de sílex con tan mala fortuna que el afilado borde de la lasca le produjo un profundo corte en la mano. Maldijo en voz baja. Verdaderamente hoy Ötzi no tenía un buen día. Se aplicó sobre la herida una cataplasma hecha con corteza de abedul para contener la hemorragia y evitar la infección. Fue entonces cuando oyó el ruido a su espalda. El instinto de guerrero desarrollado después de tantas lides le hizo levantarse como un resorte ignorando la protesta de sus maltrechas rodillas y girarse al tiempo que extraía de su funda el cuchillo de sílex con una mano mientras se protegía con la otra.
 
A sus 45 años, y a pesar de su escasa envergadura, Ötzi se mantenía fuerte y ágil para hacer frente a cualquier enemigo. Detuvo un feo corte con su muñeca mientras fintaba y hundía hasta el mango la afilada hoja de sílex en el pecho de su oponente. Empujó el cuerpo moribundo para quitárselo de encima y divisó a otro enemigo que descendía por la ladera blandiendo un hacha de cobre. Ötzi extrajo una flecha de su carcaj y tensó el arco mientras 20 metros más adelante su enemigo se aproximaba a grandes zancadas profiriendo terribles alaridos. 15 metros. Los ojos marrones de Ötzi se convirtieron en una rendija mientras contenía la respiración. 10 metros. Entonces disparó. La flecha se incrustó limpiamente en el blanco. Su enemigo se llevó las manos al pecho y cayó primero de rodillas para quedar tendido bocabajo. Ötzi se acercó velozmente al cuerpo para recuperar el preciado proyectil y cuando vislumbró al tercer guerrero que le venía encima se maldijo por segunda vez. Un error de novato, ignorar la posible presencia de más enemigos ocultos. Sin tiempo de buscar su hacha ni de recuperar su cuchillo, extrajo la flecha del pecho del segundo enemigo y, sosteniéndola firmemente por el astil, la clavó en el cuello del tercero al tiempo que intentaba esquivar el filo de cobre del hacha que éste dirigía hacia su cabeza. El mango del hacha le golpeó fuertemente detrás de la oreja dejándole medio aturdido, jadeante y de rodillas. Cuando recuperó el resuello y miró los cuerpos tendidos de sus adversarios, Ötzi profirió desde sus entrañas un desafiante grito de guerra.
 
Justo entonces vio las siluetas de otros seis enemigos recortadas sobre la cima del cercano risco. Tenía que huir. Recogió sus pertenencias a toda prisa e inició el descenso. Confiaba tomar la suficiente ventaja a sus perseguidores y ganar tiempo hasta que cayera la noche.  Usó su mano a modo de visera para contemplar el sol poniente cuando, al levantar el brazo, la flecha le entró por detrás de la axila, junto a sus tatuajes, y atravesando la capa le perforó un pulmón. Apretando los dientes y sintiendo los mordiscos del pánico, Ötzi rompió el astil con su mano derecha y se lanzó ladera abajo para evitar un segundo impacto. Unos minutos después, las piernas comenzaron a fallarle y se escondió en un resquicio entre las peñas. Sentía la punta de sílex alojada en su interior, desgarrándole, inundándole de sangre las vías respiratorias. Finalmente Ötzi apoyó la espalda contra la fría roca, entornó los ojos y se dejó caer deslizándose hasta el suelo, encomendándose a sus dioses.  

 

Un 19 de septiembre de 1991, el matrimonio alemán compuesto por Helmut y Erika Simon irrumpían despavoridos en la comisaría de la policía de Hauslabjoch. Afirmaban haber encontrado el cuerpo congelado de un alpinista. Los servicios de socorro se pusieron en camino. Llegaban unos 5.300 años tarde para salvar la vida de Özti. Pero nacía la leyenda de El Hombre de Hielo y tanto su cuerpo como sus pertenencias nos susurraron, con una claridad que nadie consiguió hasta entonces, cómo era la vida y la muerte durante la Edad del Cobre..
 
 

El pegamento de la prehistoria

Todo se pega menos la hermosura, dicen. Pero no creáis que siempre fue así. Las flechas y lanzas con puntas de madera afilada comenzaban a quedarse anticuadas y empezaban a imponerse las potentes puntas de sílex o cuarcita. Igualmente, los cuchillos de madera fueron quedando atrás ante las afiladas y resistentes lascas de sílex enmangadas. Y ahí surgió un nuevo problema: las puntas y hojas de sílex, encajadas o sujetas simplemente con fibras vegetales o tendones a sus mangos o astiles, comenzaban a aflojar sus ligaduras y a soltarse con el uso. Pero el cerebro de aquellos primeros seres humanos, imparable tras cientos de milenios de evolución a las espaldas, se propuso dar respuesta a ese inconveniente. Y así inventaron el pegamento.
 

En el yacimiento de Campitello (Italia) encontramos ya lascas que alguien sujetó a un mango con ese pegamento hace 200.000 años o hace 125.000 años en Inden-Altdorf (Alemania). En ambos casos se utilizó como pegamento una brea obtenida mediante un complejo proceso de decocción de corteza de abedul en un agujero en la tierra. La oscura sustancia pegajosa resultante, el bitumen, poseía unas más que aceptables propiedades adhesivas.

 
Para encontrar el primer pegamento “compuesto” debemos trasladarnos hasta una cueva de Sibudu (Sudáfrica) hace 70.000 años. Aquí emplearon la resina que exuda la corteza de un árbol tan propio del lugar como la acacia. Pero en este caso no se limitaron a utilizar la resina sin más, ya que al enfriar terminaría cristalizando y haciéndose quebradiza ante, por ejemplo, el impacto de la punta de flecha sobre un blanco duro. Para evitar esa cristalización le añadían a la resina, durante el proceso de derretido, un poco de ocre en polvo o de carbón molido. Así obtenían un pegamento rojizo o negro.
 
Más avanzada la Prehistoria, se le irían sumando otros componentes y por el sur de Europa encontramos ya piezas que muestran un pegamento extraordinariamente resistente compuesto de resina de pino, cera de abeja y carbón molido para sujetar, por ejemplo, los dientes de sílex de las hoces neolíticas. Finalmente comenzaría la fabricación de colas a mayor escala mediante la cocción a fuego lento de espinas de pescado o de huesos y tendones de animales.

 

 
Esperamos que haya sido de vuestro interés y terminamos recordando con Oscar Wilde que “¡No hay mejor pegamento que una disculpa sincera! “

En “Medio” de la Prehistoria

Sobre el Hombre de Neandertal se han dicho y escrito muchas cosas, y casi todas ellas coinciden en afirmar que era más tosco y torpe que el Hombre de Cromañón (nuestra especie). Hoy sabemos que no es así.  Los neandertales cuidaban de sus mayores y demás miembros débiles de la comunidad, practicaban enterramientos, cocinaban su comida y disfrutaban de la música. Ahora también sabemos que conocían bien su entorno y aprovechaban las propiedades medicinales de plantas como la Alquilea y la Camomila, que han sido encontradas en el sarro de los dientes de neandertales hallados en la cueva asturiana de El Sidrón. La Alquilea tiene propiedades cicatrizantes, antimicrobianas, es útil ante desórdenes gástricos, etc. La Camomila es digestiva y sedante. Estas plantas se caracterizan por tener un sabor amargo y desagradable, y además carecen de valor nutritivo, por lo cual puede deducirse que su presencia en la dieta neandertal obedece exclusivamente a un uso medicinal.  Quizás no tenían escritura, pero la comunicación intergeneracional cumplió con las funciones de transmisión de conocimientos sobre su entorno, algo de lo que hoy día carecemos.
Volviendo a los restos de Camomila y Alquilea,  ambas son plantas encontradas en el sarro de los dientes de este homínido. En el caso de no tener restos de la mandíbula del mismo, y si queremos saber qué plantas rodeaban al Neandertal allá en el Paleolítico (Medio), pasamos a estudiar los registros polínicos. Los registros polínicos guardan la memoria de la vegetación o flora que había en un período determinado dentro de la zona estudiada. Gracias a la facilidad del polen para fosilizar y a su estructura específica, podemos identificar las familias, géneros, y a veces especies que quedaron atrapadas en diversas estructuras (oquedades de la roca, por ejemplo) en sus formas polínicas. Los sacos polínicos fosilizados nos traen al día de hoy una biblioteca a descifrar por los científicos (botánicos); una información sobre el ambiente florístico que rodeaba a los neandertales, a los heidelbergensis…
De la relación que mantienen los homínidos y, sobre todo, el hombre de Cromañón, con su medio, tendremos un medio ambiente más o menos saneado del cuál poder extraer recursos. El uso de la naturaleza en dosis tolerantes para la misma nos permite vivir en equilibrio con ella, sin dañarla, consiguiendo parámetros de sostenibilidad que permitan a nuestra descendencia y a nuestros vecinos en el mundo obtener también sus recursos de la misma. Quizás acercándonos al modo de vida en la Prehistoria lo haremos también a la sostenibilidad. Así lo haremos poco a poco.

Arqueología experimental

La joven arqueóloga se enjuga el sudor de la cara y con un leve temblor de manos extrae los tres pequeños guijarros de piedra que ha pasado horas perfilando con una brocha en el fondo de la cueva. Tras anotar cuidadosamente el hallazgo y su posición, los sostiene sobre la palma de su mano y los mira pensativa. Por el estrato donde han aparecido calcula que pueden tener unos 22.000 años de antigüedad. No presentan marcas especiales. Tienen idéntico peso y dimensiones. Pero… ¿qué son realmente? ¿para qué servían? ¿por qué están allí?
Llega en su ayuda una disciplina de relativa reciente creación: ¡la Arqueología experimental!

Mientras que la Arqueología tradicional se ocupa principalmente de establecer los hechos que sucedieron en el pasado mediante las huellas físicas que nos dejaron nuestros ancestros, la Arqueología experimental, a la cual podemos incardinar dentro de las Ciencias Sociales, trata de reproducir el modo de vida de aquellos para que podamos interpretar correctamente esas huellas. No podemos obviar que gran parte de los materiales que usaron nuestros antepasados se fueron descomponiendo con el paso de los siglos. La humedad, los microorganismos o la propia acción humana fueron haciendo su trabajo y así desapareció casi todo lo fabricado, en todo o en parte, con maderas, pieles, resinas, etc… Y ante un objeto desconocido (¡las herramientas prehistóricas nos suelen llegar sin manual de instrucciones!) cabe preguntarse ¿Era un adorno? ¿Un amuleto? ¿Una herramienta? ¿Parte de una herramienta? Por eso se hace necesaria una disciplina auxiliar que formule hipótesis (empleando nunca la fantasía sino dosis de imaginación coherente y documentada) sobre la naturaleza de un determinado objeto, para qué sirve, cómo se fabricó, etc… Y que, una vez elaborada esa teoría, pase a la práctica mediante la experimentación hasta dar con algún resultado satisfactorio.
Pero la Arqueología experimental no se agota en esta función investigadora de apoyo a la Arqueología “clásica” sino que cumple un no menos importante objetivo: recrear las condiciones de vida de nuestros antepasados con fines didácticos y divulgativos. Por ello suelen ser los equipos didácticos de los Museos y yacimientos, así como las empresas especializadas del sector, quienes se encargan de mostrar a las comunidades escolares y demás público interesado cómo se tallaba un bifaz, cómo se encendía una hoguera hace diez mil años o cómo se plasmaba una mano sobre la pared de una cueva. En Arqueoeduca vamos un poco más allá y nos interesa, más allá de la mera demostración o exhibición, que pequeños y adultos participen en nuestros talleres de forma activa, experimentando y sintiendo junto a nosotros cómo eran las condiciones de vida durante el paleolítico.  Una forma más directa, empática y eficaz de divulgar nuestro Patrimonio y despertar la pasión por la Historia.

¿Y nuestra amiga arqueóloga? Tras revisar sus conocimientos de Etnoarqueología (disciplina no menos importante de la que hablaremos en otra ocasión) y dar un repaso mental a objetos parecidos aún usados por algunas comunidades humanas del planeta, buscó junto a un río tres guijarros similares. Probó a coser cada uno de ellos dentro de un trozo de piel y después a unirlos entre sí mediante tiras de cuero. Sonrió, y horas más tarde ya conseguía disparar su boleadora con cierta puntería.

 

1, 2, 3…música!! …prehistórica

Para que Vivaldi pudiera componer sus Cuatro Estaciones o The Beatles nos ofrecieran su Yesterday, nuestra especie tuvo que recorrer un muy largo camino musical cuyo inicio se remonta al principio de los tiempos. Queremos invitarte a viajar hasta ese momento en que suenan en una caverna los primeros sonidos rítmicos, acaso también armónicos, fruto de la creatividad humana.
La antropología musical y la paleomusicología parecen coincidir en que el primer sonido musical fue la voz humana que pronto se vería acompañada por la percusión corporal de manos y pies. Resulta muy difícil determinar cuándo nacen los primeros instrumentos musicales propiamente dichos. Piensa que estaban hechos con materiales fácilmente corruptibles como maderas, pieles y tendones. Aunque algunas figuras que aparecen en pinturas rupestres nos hablan de tambores y timbales, estos se deshicieron en la noche de los tiempos y de la percusión los primeros vestigios que tenemos son sonajeros de dientes y huesos. Más suerte hubo para la arqueología entre los instrumentos de viento y así quienes habitaban en los albores del Paleolítico superior (en torno a 40.000 años)nos dejaron flautas, silbatos, caracolas o bramaderas. Vamos a ver algunos de estos instrumentos.
La bramadera consistía en una pequeña placa de hueso o marfil atada al extremo de una cuerda que el músico hacía girar sobre su cabeza a gran velocidad para emitir un zumbido característico. Habitualmente estaban profusamente decoradas y en nuestros tiempos podemos seguir escuchando su música entre algunos Pueblos de Australia y África.
Divje Babe es una pequeña cueva al noroeste de Eslovenia donde apareció un pequeño fémur de osezno que presentaba cuatro agujeros perfectamente alineados por un lado, y un agujero más en el otro lado emplazado perfectamente para ubicar el dedo pulgar.  El hueso en cuestión arroja una datación de 43.000 años y se encontraba en un yacimiento musteriense, por lo que no tardaron en surgirle detractores a su naturaleza de flauta entre quienes desprecian la capacidad neandertal para crear música y otras manifestaciones artísticas.
De cualquier modo, en el siguiente vídeo puedes apreciar cómo suena la flauta de Divje Babe una vez reconstruida.  ¡Arqueología experimental en estado puro!
http://www.youtube.com/watch?v=nnLsK2f2IzM
Menos polémicos resultan los hallazgos del yacimiento de Hohle Fels (Alemania) en cuyas excavaciones aparecieron ocho flautas de época auriñaciense a las que ya el Homo sapiens arrancaba melodías . Una de esas flautas, tallada en un hueso de buitre leonado, pudo ser restaurada por completo. Mide casi 22 centímetros y cuenta con cinco agujeros perfectamente alineados y una boquilla en forma de V. Las dataciones por isótopos nos indican que esa flauta sonó por última vez hace ¡37.000 años!
Para finalizar nos podríamos preguntar el por qué nace la música. En qué momento siente el ser humano por primera vez la necesidad de expresarse mediante sonidos rítmicos y armoniosos. No son pocos los antropólogos que sugieren la imitación a los sonidos de la Naturaleza como causa. Charles Darwin aventuraría una romántica hipótesis (que, la verdad, no ha encontrado muchos apoyos) en virtud de la cual los primeros humanos cantaban para cortejar  a sus potenciales parejas, como hacen muchas especies animales en época de apareamiento. Más probable nos parece, a tenor de la antropología moderna y de la etnografía, que la música tuviera un carácter práctico y viniera asociada a rituales mágicos (caza, funerarios, sanatorios, festivos…) para pasar milenios más tarde a llenar los ratos de ocio ya tan frecuentes en el neolítico.
Vamos a terminar recordando una frase de Karlheinz Stockhausen, músico alemán, que nos recuerda que Desde que el hombre existe ha habido música. Pero también los animales, los átomos y las estrellas hacen música.